Después de demasiado tiempo (¡no veas la de telarañas que tenía esto!) por fin retomo el blog para escribir un poco sobre cultura preventiva. Además, que mejor momento para hablar de este tema que esta semana que celebramos el día mundial de la SST.
Como te explicaré en esta entrada, creo sinceramente que es la hora de abordar de manera responsable y proactiva la prevención y dejar ya la «prevención de niños chicos».
En los últimos años, gracias a mi colaboración con Femepa como formador de PRL, he tenido la suerte de estar en contacto con muchos trabajadores de distintas empresas del sector del metal, con los que he aprendido un montón. También, en el último año y medio, he trabajado por cuenta ajena en un taller de reparación naval y he podido vivir en primera persona algunos de los temas que te voy a contar.
Ese aprendizaje se suma a unos cuantos años auditando sistemas de gestión de SST y, con todas las vivencias acumuladas, hoy tengo ganas de compartir contigo algunas reflexiones sobre la cultura preventiva en las organizaciones.
El techo de cristal de la SST: esto no termina de arreglarse.
Hace más de 20 años (finales de los 90) trabajé durante un tiempo en construcción. La LPRL estaba en pañales y todavía era bastante normal ver auténticas locuras (montadores de estructuras metálicas equilibristas, encofradores que te chantajeaban con irse a otra obra si “les dabas la lata” con el uso del casco, …). Me vi cerca de situaciones realmente desagradables en un par de ocasiones y salí de allí lo antes que pude.
El rol del mando intermedio o del técnico de PRL en un entorno de actividades de especial peligrosidad y comportamientos temerarios es bastante duro.
Desde entonces hasta ahora he visto una enorme evolución en muchos aspectos de la PRL:
- En cuanto al marco normativo, el compromiso europeo por la seguridad y salud de los trabajadores nos empuja continuamente con cada vez más requisitos e hilando cada vez más fino gracias a la evolución del conocimiento científico y las nuevas tecnologías.
- En materia de sistemas de protección colectiva y equipos de protección individual también ha habido un salto espectacular: desde los “equilibristas” de las estructuras metálicas de finales de los 90 pasamos a un uso generalizado de PEMPs y de redes de seguridad, exoesqueletos, equipos de protección respiratoria, calzado cada vez más ergonómico, sistemas anticaídas, etc. Los avances técnicos en esta materia han sido increíbles.
- El conocimiento y las herramientas para identificar y evaluar los riesgos y sus efectos son otro ejemplo de aplicación práctica de la tecnología: cámaras acústicas, análisis 3d y guantes inteligentes para estudios ergonómicos….
- En cuanto a procedimientos y sistemas de gestión también es clara la evolución en el conocimiento técnico de las empresas, la competencia técnica de sus empleados y la implementación creciente de sistemas de gestión de la SST.
- La formación en este campo también ha evolucionado mucho, cada vez es más común ver estudios académicos a cuyos currículos se incorpora está materia y, en el plano laboral, muchos convenios van apretando para reforzar la capacitación preventiva de sus trabajadores (ahí tenemos, por ejemplo, los convenios del metal y de la construcción).
Pese a esta evolución tan grande en tantos aspectos de la prevención, la triste realidad nos demuestra, cada día, que esto no termina de arreglarse. Se ha mejorado mucho en prevención, pero sigue habiendo un número inadmisible de accidentes y de víctimas mortales.
Está claro que algo no termina de funcionar y, si los medios técnicos, la normativa, los procedimientos y la formación están y son cada vez mejores, habrá que concluir que lo que está fallando tiene que ver con el comportamiento. Va siendo hora de poner el foco en la cultura: esa tercera pata crítica para que cualquier sistema funcione.
¿Cómo podemos explicar esos comportamientos inseguros?
Otro día profundizaré sobre el comportamiento de los trabajadores y el desarrollo de competencias, pero como idea básica todos sabemos que la forma en que nos enfrentamos a una tarea tiene que ver con nuestra competencia para desarrollarla.
Esa competencia, como cualquier otra, se conforma a partir de los conocimientos, las habilidades y las actitudes:
En este esquema de las competencias, de inmediato nos queda clara la idea de que la parte no visible del iceberg es la que manda. En efecto, podemos proporcionar a un trabajador toda la formación teórica que queramos; podemos entrenarle y darle los medios técnicos y equipos para desempeñar cualquier tarea; da igual, si no tiene la actitud, los valores o las creencias que le lleven a tener un comportamiento seguro, no va a servir de nada. Y es que, como escuché hace poco:
«El comportamiento son valores en acción»
Parole, parole, parole: las 1001 excusas en la PRL.
Para poner a la gente en situación y hacerles ver un poco este tema del comportamiento, suelo empezar mis cursos de PRL con una mini-encuesta relativa a comportamientos inseguros.
Venga, vamos a jugar tú y yo ahora que no nos mira nadie (sé sincero, que así es más divertido):
- ¿Has conducido alguna vez con exceso de velocidad?
- ¿Has conducido alguna vez bajo los efectos del alcohol, el sueño o alguna sustancia estimulante o depresora?
- ¿Cuántos cacharros juntos tienes enchufados en esa regleta detrás del mueble de la tele?
- ¿Has mirado o usado el móvil mientras conduces?
- ¿Cuándo fue la última vez que probaste el diferencial de casa? (esta me encanta)
- ¿Has enchufado alguna vez algún aparato o accionado un interruptor estando descalzo o con las manos mojadas?
Ejem… ¿qué tal ha ido?
La realidad es que muchas veces no percibimos los riesgos o los trivializamos, o anteponemos cualquier otra circunstancia a nuestra seguridad.
Para acallar un poco nuestro «Pepito Grillo» solemos autoengañarnos un poco. Eso se nos da genial, el que haya auditado SST o trabajado en PRL podría escribir una enciclopedia de las excusas.
En mis cursos, cuando trato de explicar cómo nos autoengañamos siempre hago la misma broma: díganme cualquier ejemplo de comportamiento inseguro y les busco 5 “explicaciones” para justificarlo.
- Si, le quité la carcasa a la amoladora, pero es que era solo un momentito.
- Tal vez debimos hacer ese estudio ATEX, pero es que había que pagarlo aparte y era muy caro.
- Si, soldé sin la pantalla facial, pero es que me la había olvidado y total era solo un punto.
- La verdad es que ese andamio no estaba en condiciones, pero es que el trabajo corría mucha prisa.
- Si, ya sé que a veces no me pongo el casco (o en estos tiempos la mascarilla), pero es que nadie se lo pone.
- Ya sé que las instalaciones en las que meto a mis empleados no son seguras, pero es que no puedo pedirle nada a mi cliente.
Excusas infantiles para intentar convencernos de que nuestro comportamiento no es tan malo. Todas ellas al nivel de aquella de «el perro se me comió los deberes».
Detrás de este comportamiento puede haber muchas explicaciones distintas:
- No tengo percepción del riesgo.
- Infravaloro el riesgo.
- Antepongo plazos o costes a seguridad.
- No quiero enfrentamientos con el personal.
- Me enseñaron a trabajar así.
- Mis creencias me llevan a entender que el riesgo es parte intrínseca de mi trabajo (“este trabajo no es para cobardes”).
Mi animal mitológico preferido: la integración de la prevención.
Creo que parte del meollo de este asunto tiene que ver con cómo se gestiona habitualmente la prevención de riesgos laborales en las empresas.
La interpretación habitual de nuestro marco normativo, y la figura de los Servicios de Prevención Ajenos (¡si hasta el nombre te da pistas!), han llevado a muchas empresas a pensar que la prevención consiste en pagar a alguien para que nos dé unos archivos (al menos ya no son unos archivadores llenos de papeles cogiendo polvo); rellenar fichas y declaraciones de lo que sea sin entenderlas, comprar EPIs (los más baratos, ¡como no!) y mandar a los trabajadores a hacerse “el análisis” de vez en cuando (“y si todos me firman que renuncian, eso que me ahorro”).
En la mayoría de las empresas la PRL no está en absoluto integrada en la gestión y en el día a día, como pretende el marco normativo (y los sistemas de gestión de la SST). Más de 25 años después la integración de la prevención sigue en busca y captura.
Si el empresario no se siente protagonista y responsable último de todo lo que pase en materia de prevención de riesgos en su empresa, difícilmente va a preocuparse de forma activa; ni va a empujar a sus mandos intermedios a participar e involucrarse.
¡Cultura preventiva al rescate!.
Últimamente, con cada vez más empresas buscando cómo superar esta situación, suena cada vez con más fuerza la idea de la cultura preventiva. De hecho este año, ese es el lema del día mundial de la SST.
Las empresas que quieran romper ese techo de cristal y abordar esa tercera oleada de la gestión de la prevención, tienen que apostar por el desarrollo de una cultura preventiva sólida. Para empezar, lo bueno será entender qué es esto de la cultura preventiva:
La cultura preventiva la podemos definir como el conjunto de valores, actitudes, creencias, suposiciones, percepciones y normas compartidas, que pueden dirigir la toma de decisiones en la Organización, así como las actitudes y comportamientos individuales y grupales en materia de Seguridad.
La cultura preventiva, como cualquier otra cultura organizacional, se construye en el día a día de las empresas con cada decisión que se toma. Cada vez que anteponemos una opción a otra, premiamos un comportamiento o castigamos otro, estamos definiendo lo que consideramos importante y estamos trasladando a nuestros trabajadores los valores «reales» que hay detrás de nuestras decisiones.
El proceso de construcción de una cultura preventiva sólida es un proceso evolutivo que puede requerir años. Muchas empresas están en una situación patológica o reactiva y el objetivo es evolucionar hasta alcanzar una cultura generativa o estratégica:
Cuando dando cursos o haciendo algún estudio de cultura preventiva, he tenido la oportunidad de preguntar a los trabajadores cuál es su visión sobre las prioridades de su empresa me he llevado unas cuantas sorpresas.
«La cultura es lo que la gente dice en casa por la noche sobre su empresa»
Howard Schultz
La realidad se impone y, en muchas empresas, la misión, visión y valores o la estrategia «formal» van por un lado y la cultura va por otro. Lamentablemente, por «bonita» que sea nuestra estrategia formal, el comportamiento y las acciones de nuestros empleados, van a estar dirigidos por la cultura y no por la estrategia, ya que
«La cultura se come como desayuno a la estrategia»
Peter Drucker
La buena noticia es que esta lectura es reversible. Las organizaciones, construyendo una cultura preventiva sólida y positiva, pueden condicionar el comportamiento y las decisiones de todos los trabajadores; y reorientarlos hacia los comportamientos seguros.
Esa cultura preventiva la debemos construir sobre un compromiso sólido de la dirección y todos los mandos intermedios; partiendo de un análisis de dónde estamos y siendo coherentes en cada paso que demos.
Esa cultura preventiva tiene que fortalecer o corregir los valores y creencias de los trabajadores. La seguridad debe ser el valor fundamental que condicione su comportamiento en su día a día y en cada decisión que tomen.
Aquellas organizaciones que tengan unos valores firmes, que impregnen su día a día y cada una de sus decisiones, por encima de cualquier circunstancia; serán las que de verdad podrán conseguir transformar esta situación.
En un entorno tan complejo para la captación y retención de talento y cada vez más interés por buscar el bienestar laboral; una apuesta firme por la cultura preventiva puede ser un elemento diferencial en la marca de empleador.
Reflexión final y algunos consejos.
Si después de este post no te ha derrotado el desánimo y te preguntas cómo puedes mejorar la gestión de la PRL en tu organización y quieres dejar atrás la gestión patológica o reactiva y la «prevención de niños chicos», te cuento algunos pasos que te pueden ayudar:
- Compromiso de la dirección. Si eres el jefe y estás convencido, adelante. Si no eres el jefe, mejor no hagas nada hasta que el jefe lo tenga claro y esté tan convencido como tú. Cualquier esfuerzo que no esté respaldado por la dirección no va a tener grandes resultados. Además, esfuerzos aislados e incoherentes con las decisiones del día a día podrían tener incluso un impacto negativo en la cultura.
- Diagnóstico de situación: antes de emprender el camino analiza de donde sales. Es importante hacer un diagnóstico de cultura preventiva para ver qué factores te alejan de la gestión proactiva, y cuáles son tus puntos fuerte.
- Planifica tu hoja de ruta: una vez que tengas el diagnóstico define un plan de acción para mejorar aquellos aspectos más débiles. Ve dando pasos graduales pero firmes.
- Despliega acciones de forma decidida y consistente y haz partícipe a todo el equipo.
- No te duermas, el camino de la cultura preventiva no termina nunca, así que deberás avanzar continuamente hacia la excelencia. “Lo que no se mejora, se degrada siempre”.
Si quieres ver alguna idea más sobre este tema, puedes echarle un vistazo a mi charla en las pasadas jornadas de ICDI Conecta.
Si tienes dudas o comentarios sobre este post, me encantará leer lo que me cuentas por aquí o en las redes. También me puedes contactar si quieres formación, diagnósticos o asesoramiento en esta materia.